La
correcta dicción es una de las condiciones esenciales del buen maestro. Además es necesario que sepa utilizar su voz. Debe poseer claridad, modulación, timbre, lintensidad
y tono. De la armonización de estas cualidades depende que la voz se
constituya en un factor de atracción o de rechazo por el estudiante.
Corrección:
El lenguaje del maestro debe
ser correcto; exacto en su pronunciación; exacto en la enunciación de
los tiempos verbales, apropiado en el uso de los vocablos, y sintácticamente
claro y coherente.
Fluidez:
El
maestro debe manejarse con soltura mediante un léxico rico, accesible y diversificado.
Debe expresarse con facilidad, de suerte que las ideas se vayan clarificando
paso a paso, a medida que avanza en sus explicaciones.
Sencillez:
Los
términos deben ir de acuerdo al entendimiento del estudiante. La comprensión es la
clave de la sencillez, si bien lo sencillo no debe ser necesariamente vulgar y
trivial.
Precisión:
Cada
palabra, cada frase u oración, deben expresar cabalmente lo que
se quiere decir, sin más palabras que las imprescindibles.
Concisión:
El lenguaje debe ser medido, limitado en
cantidad, aunque rico y fecundo en calidad. La brevedad adquiere, en materia
didáctica, el significado valor de la economía en tiempo de enseñanza y de
ganancia en tiempo de aprendizaje.
Elocuencia:
El
lenguaje del maestro debe deleitar y persuadir, convencer y conmover al
auditorio escolar. Tanto las palabras, como los gestos o ademanes deben dar a
entender con viveza lo que se quiere transmitir al estudiante.
Calidez o
tono afectivo:
La palabra fría, es incapaz de abrir las
puertas del entendimiento. El lenguaje, debe
teñirse con cordialidad, simpatía, calor humano que, oportunamente puesta en juego por el maestro, puede
llegar a generar sentimientos altruistas en los educandos.